miércoles, 9 de abril de 2008

Vida diaria: muerte al ANSES

Hoy me di cuenta que Gasalla sabe imitar muy bien a la típica empleada de administración pública. Toma café a gusto, se rie con sus compañeras, se toma su tiempo para llamar al siguiente número. Previa a esa espera, hubo otra, con otro número. Una fila con número para que te den número. Así de trabalenguado.
Entonces ahí te derivan a otra sala, más alfondoaladerecha,elquesigueporfavor,¿quénoentendiste?,ah!síconDNIy fotocopia,sinoestásembarazadanena,hacélafilaypreguntádespués. Tres horas de una mañana preciada para lograr sacar el CUIL. Usted pensará: “¡Boba! el CUIL se puede sacar por Internet”, pero no. Porque es sólo para constancias y la primera vez tiene que ser si o si personalmente. Además, le cuento por si justo está por hacer el trámite, que la página web no funciona, se traba, se cuelga, más lío.
Por lo que son horas de espera ante gente que oscila entre lo irrespetuosa y lo ineficiente. Y para colmo lo tratan mal, ¡a uno! que quiere el fucking CUIL para trabajar legalmente. O a los pobres abuelos, que además de haber hecho aportes toda su vida, tienen que bancarse que la rubia, que se arregla el pelo cada dos minutos, se levante del escritorio y los desprecie.
Pero la vida diaria no termina ahí. La vida diaria sigue en el subte, llegando tarde con el CUIL a la entrevista deseada, con el corazón en la boca y la impotencia del siglo. Y más que nada, queriendo meter una bomba en el edificio para que vuele toda la burocracia.
Pero todavía estoy algo cuerda (o más o menos) y evito el asesinato multitudinario (por ahora). Lo único que le queda a la piba es llorar en silencio para sacar la bronca afuera. Y en el subte, dos mujeres que podrían ser su madre, la sientan y le ofrecen un pañuelo. La tranquilizan (porque podrían ser la madre) y la entretienen durante diez u once estaciones hasta la combinación.
Llego tarde, pero no fue tan grave. Resulta que la gente a veces es más comprensible de lo que uno cree, porque espera lo peor del otro. Sale todo bien. Llegué tranquila porque dos minas me hicieron sentir bien. Me dijeron que era linda como para tener lágrimas en los ojos y otro tipo de lugares comunes (sí, en ese momento me conformaban con cualquier cosa). Una hasta me ofreció ser la novia del hijo, estaba encantada conmigo. Fueron lo mejor de mi día, las dos mujeres que no conocía.
Lo que me demuestra que por cada pelotudo en el mundo, existe alguien con buen corazón. Y en la cotidianeidad uno se encuentra con unos y otros, como para ir equilibrando la vida diaria. Me consuelo.
Todo termina bien, y sin embargo, a uno le queda alguna irremediable bronquita. A los señores y señoras del honorable ANSES, así en criollo nomás se los digo: ¡váyanse bien a la puta que los parió!


A la señora de rosa y a la contadora que me acompañaron desde la estación “Ministro Carranza” hasta “9 de julio” en el subte de la línea D, aunque no lean esto, eternamente gracias.

1 comentario:

Nico Carletti dijo...

Lindísima historia, burocrática y romántica a la vez, es decir, ¡muy porteña! Conozco el ANSES y la administración argentina, es clavarse un cuchillo lentamente, envejecer parado. Pero has tenido suerte, no hay nada más satisfactorio que encontrar gente desconocida que lo sostiene a uno a cambio de nada. El piropo que te dijeron, además, es brillante. Gracias por enlazarme, es un halago. Saludos.